La figura del periodista nace como respuesta a una demanda de información por parte la sociedad. La evolución que ha sufrido desde sus comienzos ha puesto de manifiesto el enorme poder de influencia que ejercen los medios de comunicación sobre la audiencia a la que van dirigidos sus mensajes. En muchas sociedades ya no se concibe el día a día sin entablar conversaciones sobre temas de actualidad.
Internet ha supuesto una revolución en este último aspecto. Porque, ¿existe algo más actual que lo que está sucediendo en este instante? Para entendernos, ahora mismo podríamos saber, a grandes rasgos, lo que está ocurriendo en la otra punta del planeta si tenemos acceso a una red social como Facebook. Por tanto, admitimos que las redes sociales han ampliado enormemente el campo de la comunicación, y por tanto, del periodismo. Una cuenta en Twitter, por ejemplo, puede ayudarnos a difundir nuestro mensaje informativo de una manera rápida y, sobre todo, en sintonía con las plataformas utilizadas por nuestro público objetivo, que no hemos de perder nunca de vista. Pero para ello es necesario reflexionar sobre lo que realmente es información.
Muchos de los debates que se están produciendo en la actualidad se deben a una enorme confusión sobre este tema. Las redes sociales son única y exclusivamente un utensilio que puede ayudar al periodista en su trabajo. Pero igual que facilita a un profesional de la información el desarrollo de sus tareas, también sirve como vía para la promoción de un cantante, como método para ejercer la libertad de expresión de un ciudadano o, incluso, para buscar pareja.
La última afirmación peca de simple. Pese a ello, muchas de las críticas actuales se vienen abajo tan solo con recurrir a ella. No podemos –y no debemos- comparar la difusión de una información periodística a través de una red social, con la opinión de un ciudadano anónimo. No es lo mismo. Pero aquí radica también uno de los problemas más importantes del mundo del periodismo en España: la inexistencia de un reconocimiento a la profesionalidad del informador. En nuestro país no existe conciencia sobre la importancia de su función, pese a la relevancia que adquieren los mensajes que se dirigen a la población. Si no sabemos diferenciar quién es un periodista legítimo y qué características ha de poseer para ser capaz de realizar su trabajo de forma pública y notoria, ¿cómo vamos a discernir la verdadera información de la que no lo es?
Pese a todo, no podemos obviar el enorme impulso que estas herramientas han supuesto para el periodismo: estamos en una nueva etapa dentro de las ciencias de la información. Aunque es pronto para comprobar el grado de influencia de estas técnicas emergentes, no lo es para observar el modo en que las redes sociales, y el uso de Internet en general, ha favorecido el ejercicio de la libertad de expresión de los individuos. También ha permitido que los periodistas conozcan de primera mano la demanda de información y las reacciones de su público, así como una mayor comunicación con sus fuentes informativas sin importar la distancia que les separe. Y todo esto sin mencionar el ahorro de tiempo que supone la información digitalizada que antes era de difícil acceso o implicaba una ardua búsqueda.
Podemos hablar de una mejora cualitativa como consecuencia de la introducción de las nuevas tecnologías en el periodismo. La separación entre informador y audiencia ha disminuido, contribuyendo a que el mercado de la información tienda a perfeccionarse. Todo parece indicar que la calidad del producto informativo irá en aumento. Debemos aprovechar las nuevas herramientas que están a nuestro alcance, y ser conscientes del cambio que estamos viviendo, de la evolución en la que sigue inmersa esta ciencia de la información.
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